Como en todos los procesos históricos en los que unas minorías son expulsadas de las tierras que habitan se produce un empobrecimiento de las regiones de donde salen. Los jesuitas no son excepción en esta materia y muchos educadores e intelectuales de gran valía se ven forzados al exilio. Un ejemplo de uno de los intelectuales jesuitas expulsados fue el aragonés Vicente Requeno Vives, al que una reciente publicación de la Universidad de Zaragoza califica de importante “restaurador del mundo grecolatino”. En consecuencia, los países de acogida se vieron beneficiados por la llegada de estos hombres y paradójicamente fueron dos monarquías ilustradas no católicas como Prusia y Rusia las que resultaron más beneficiadas por esta circunstancia.
Además de la protección de Catalina II de Rusia y Federico II de Prusia, los jesuitas encontraron asilo en la península italiana donde recibieron el apoyo de las autoridades de diferentes lugares, especialmente en Parma, Nápoles y en los Estados Pontificios. Es de una forma paulatina y también en tierras italianas donde se va a gestar la restauración de la Compañía de Jesús.
Los convulsos años de la Revolución francesa, desde 1789 hasta su epígono bonapartista, son tiempos difíciles para la Iglesia que empieza a ver peligrar sus dominios territoriales en Italia. Además, la irrupción de la ideología surgida de la Ilustración tras el periodo revolucionario adquiere tintes realmente subversivos para el viejo orden. En este contexto, que se inicia tras la caída de Napoleón, es donde comienza la ola restauracionista y es cuando el Papado ve claramente que prescindir de los servicios de la orden religiosa más fiel a su causa e intelectualmente más sólida es un lujo intolerable. Simultáneamente, las monarquías europeas van entronizando a monarcas que se identifican con los valores e intereses ligados al Antiguo Régimen. El retorno en 1814 de la dinastía borbónica a Francia con Luis XVIII y a España con Fernando VII es la materialización de la tendencia restauracionista. Surge un nuevo orden internacional que adquiere carta de naturaleza en 1815 con final del Congreso de Viena.
En España desde muchos ámbitos reclaman la vuelta de los jesuitas, especialmente desde el mundo de la enseñanza. Fernando VII, mediante sendos Decretos en mayo de 1815 y en el mismo mes de 1816, da carácter legal al regreso de los expulsados. En el primero de los decretos se mencionan “las muchas y no interrumpidas representaciones”. Las peticiones fueron abundantes, enviadas por obispos, Ayuntamientos, y otras instancias sociales, la mayoría de éstas formuladas antes de mayo de 1815. Especial relieve adquieren las “Defensas de la Compañía” que durante las Cortes de Cádiz, aprovechando la libertad de imprenta, se publicaron entre las que destaca el Memorial de los exjesuitas españoles del P. Juan José Tolrá y sus compañeros en el que se solicita a la Cámara un juicio justo para demostrar la “nulidad e injusticia” de la Pragmática de expulsión.
Entre los documentos más definitorios que colaboraron a la feliz restauración de la Compañía de Jesús está el Dictamen fiscal de don Francisco Gutiérrez de la Huerta presentado y leído en el Consejo de Castilla el 21 de octubre de 1815, y que es un sólido alegato y compendio de las causas que se habían estado esgrimiendo para dicha restauración.