Diego de Pantoja nació en 1571 en Valdemoro, pueblo de Castilla la Nueva, dentro de una familia de linaje hidalgo. Terminados sus estudios secundarios, a sus dieciocho años ingresó en el noviciado de los jesuitas de la provincia de Toledo, y ordenado sacerdote, se ofreció para las misiones del Oriente. Destinado por el padre general de la Compañía de Jesús, Claudio Acquaviva, el 10 de abril de 1596 salió de Lisboa a la India, embarcado en la nao Conceiçao en compañía del padre Nicolás Longobardo.
Después de seis meses navegando por la ruta de San Francisco Javier, que comprendía las Islas Canarias, Cabo Verde, Guinea, Cabo de Buena Esperanza y Mozambique, la nave llegó a la ciudad de Goa el 25 de octubre, entonces emporio portugués y centro de irradiación cristiana en Asia Oriental.
El joven Pantoja permaneció seis meses en la ciudad de Goa, hasta que el 23 de abril de 1597 partió a Macao acompañado por el padre Visitador Valignano y el padre Manuel Dias, llegando a destino el 20 de julio. Esperando allí nave para Japón, donde estaba destinado, el padre Pantoja terminó sus estudios de teología y su formación ascética. En agosto de 1599 el padre Lázaro Cattaneo (1568-1640), compañero del padre Ricci en Chaochou, llegó a Macao pidiendo otro jesuita para acompañar a Ricci en Nanking. El padre Dias cambió de destino al padre Pantoja, enviándole a a la ciudad china.
Llegó a la capital del Sur (南京) el mes de marzo de 1600. A sus veinticinco años, Diego Pantoja iniciaba una nueva vida adaptada a la cultura china. Su apellido castellano fue romanizado como Pang Ti-uo 龐迪我, fue instruido por el padre Ricci, cambió su traje clerical por la bata y tocado de los letrados confucianos, y aprendió el mandarín.
A principios del siglo XVII Pantoja era el primer jesuita que practicaba en China una nueva metodología para el aprendizaje de la lengua. El padre Ricci, dispuso que el padre Cattaneo diera lecciones de música a Pantoja, quien tenía buen oído, y le enseñara a tocar y templar el manicordio o clavicordio, instrumento que con los relojes y otros valiosos objetos se ofrecerían al emperador en Pekín (北京), capital del Norte y sede del emperador, la meta final de la expedición cristiana.
El 19 de mayo de 1600 los padres Ricci y Pantoja, y el hermano Sebastián Fernandes, salieron de Nanking provistos de salvoconductos y de cartas de recomendación, llevando consigo los regalos europeos para el emperador. También iba con ellos el candidato a la Compañía de Jesús Manuel Pereira, natural de Macao y buen pintor. Viajaron hasta Tianchín por la vía fluvial del Canal Imperial.
En julio de 1600 llegaron a Tianchín. El prefecto del puerto, el eunuco Ma Tang 馬堂 decomisó los regalos y los encerró en un junco del puerto. Ma Tang envió un memorial al emperador notificándole la llegada de un extranjero con obsequios para su majestad. Durante los seis meses que tardó la respuesta imperial, Ma Tang trató cruelmente a sus prisioneros. En su rescripto, el emperador ordenaba que fuera el mismo extranjero quien presentara sus regalos en el palacio de Pekín.
Desde entonces, cambió el trato dado a aquellos extranjeros. Según escribió en su manuscrito el padre Ricci: “En ese viaje les dieron a los Padres y a sus compañeros ocho caballos de cabalgar, y más de treinta cargadores para transportar los bultos, y cuanto necesitaban para el viaje. Por las ciudades y pueblos por donde cada día pasaban cambiaban tanto los caballos como a los cargadores. Y les alojaban en las mansiones de los mandarines sin pagar nada, tratándoles con mucho respeto, porque los llamaba el rey.”
El padre Ricci y sus tres compañeros salieron de Tianchín el 20 de enero de 1601,llegando cuatro días más tarde a Pekín, como anotó el padre Pantoja: “Abiendo caminado quatro días, llegamos a los muros de Pequín y aposentáronnos en una casa fuera de los muros”.
Los recién llegados tuvieron que escribir la lista de los regalos que traían para el emperador. Eran los últimos días del año lunar chino ya que el Kuonien 過年, día del año nuevo chino, el 3 de febrero, comienzo del año lunar. Pasadas las fiestas del año nuevo, el padre Pantoja recomenzó el estudio del mandarín pequinés y su escritura.
Durante el primer mes de su estancia en Pekín, los mandarines del palacio les preguntaron si deseaban algún favor del emperador. A ello respondieron, según escribió Pantoja: “Diximos que no queríamos cosa de intereses ninguna, mas que si el Rey de su mano nos diese algún lugar cierto, y casa donde morar, holgaríamos mucho, porque nuestro intento es de estar en un lugar cierto, y tratar de dilatar la ley de Dios”.
El emperador Wan Li, leyó el memorial del padre Ricci, aceptó los regalos, y permitió que él y sus compañeros pudieran vivir en Pekín mantenidos con fondos del erario público.
La selección bibliográfica del primer bloque está dedicada a documentar la vida y obra del jesuita Diego de Pantoja, con cartas y una relación de sus escritos, entre los que destaca el Tratado de las siete victorias, que muestra la superación de los pecados capitales mediante las virtudes cristianas, que coinciden con las virtudes clásicas confucianas. La obra, por mandato del emperador, fue incluida en el Catálogo de libros excelentes, llegando a ser el libro escrito en mandarín por un occidental con mayor reconocimiento en China.