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Llegada a Nueva Francia

El territorio que hoy se conoce como Canadá (término iroqués kanatá que significa “pueblo”,“asentamiento”) fue en sus orígenes colonia francesa bajo el nombre de Nueva Francia hasta que en 1763, a acausa del Tratado de París, pasó a ser de dominio británico. Canadá obtuvo su independencia en 1931.

Enrique IV propuso al provincial de Francia, el padre Pierre Coton, el envío de jesuitas a la parte más septentrional de América del Norte. La carta de Coton (Fontainebleau, 25 de octubre, 1604) escrita al padre general Claudio Aquaviva, plantea un primer proyecto de misión evangelizadora en Nueva Francia (cf. Monumenta Nova Franciae I, 4-6).

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Las conversaciones epistolares entre París y Roma duraron casi siete años, hasta que el 26 de enero de 1611, los primeros misioneros jesuitas zarparon de Dieppe (Norte de Francia) a Port Royal, las costas de Nueva Escocia, llegando el 22 de mayo. Aquellos jesuitas fueron los padres Pierre Biard (1567-1622) y Enemond Massé (1575-1646). Ellos abrieron una puerta a la primera misión y a la evangelización de la Compañía de Jesús en Nueva Francia.

Mientras, los 58 colegios que tenía la Compañía de Jesús en Francia (1629), se llenaban de vocaciones religiosas. Muchos de los jóvenes que pedían ser admitidos como jesuitas manifestaban el deseo de ser misioneros. Un joven sacerdote recién ordenado, el padre Jean de Brébeuf (1594-1649), se embarcaba el 24 de abril de 1625 hacia Nueva Francia, y acabó siendo uno de los misioneros más conocidos entre los territorios de los hurones.

La misión se fue consolidando poco a poco; el padre Paul le Jeune (1592-1664), el nuevo superior de los jesuitas en la misión, dio un renovador impulso a la presencia de los misioneros. Asentados en Quebec y aprovechando las enormes posibilidades de comunicación que el río San Lorenzo y sus afluentes les ofrecían, los jesuitas fueron adentrándose en las tierras de misión, tan anchas como inexploradas.

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A través de diversas estrategias de evangelización, los jesuitas trataron de mantener viva una tensión muy difícil de integrar: por un lado, permanecer fuertemente vinculados a las políticas del rey de Francia, la másxima autoridad sibre aquellos territorios, y por otro, inculturarse de sus posibilidades entre las tribus autóctonas de Norteamérica bajo la autoridad eclesiástica de Roma. 

Ya fuera a través del método de las reducciones, como la reducción de san José, de la formación de jóvenes en colegios o seminarios, como el de Quebec, o enviando misioneros en solitario o en pequeños grupos a pueblos y comunidades, los jesuitas fueron poco a poco introduciéndose entre las poblaciones de hurones y algonquinos.

Conocidos como los hombres de las batas negras (robes noires o black robes) por el color oscuro de sus sotanas, los jesuitas se esforzaron en comprender las tradiciones y culturas, y en aprender las lenguas de las comunidades locales: compusieron gramáticas y diccionarios, exploraron con detalle la geografía, la naturaleza, fueron cartógrafos, ingenieros, predicadores, arquitectos y etnógrafos. Expandiendo la increíble labor educativa que la Compañía de Jesús iba desplegando en Francia (91 colegios en 1761), entre sus actividades pastorales en Nueva Francia no podían faltar los colegios, abriendo el primero de ellos en Quebec en 1635. 

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